Relato galardonado con el PRIMER premio del “II Concurso literario de relatos cortos", convocado por la Asociación Cultural Raíces de Garciaz, con motivo del 114 aniversario de la Fiesta del Árbol.
NADA ES ETERNO, O SÍ
Me hice mayor, muy mayor. Quizás demasiado.
Los años se escurrieron entre los surcos de mi rugosa
piel y mis cicatrices como si fueran gotas de lluvia, recordándome que el
tiempo pasa de forma inexorable, sin delicadeza, aunque, por extraño que pueda parecer,
en ocasiones llegué a pensar que el propio tiempo no tuvo tiempo de pasar por
mí.
Nací hace 100 años, circunstancia por la cual,
y sin querer hacer ningún comentario jocoso sobre la imaginación de sus autores,
acabé ganándome el apelativo de “El Centenario”.
Conocí a muchos habitantes de Garciaz, mi querido
pueblo, y aún albergo la esperanza de conocer a unos pocos más, aquellos que
vienen de camino en el seno de sus madres.
Mis recuerdos se pierden en la noche de los
tiempos, pero sé que bajo mi copa han acaecido hechos fabulosos, unos buenos y
otros no tanto, como cuando Facunda se sentó a mi lado y, apoyando la espalda
sobre mí, dio a luz a la primera de sus hijas, Laurita, una niña que siempre quiso
jugar a mi amparo. O cuando Leopoldo y María, a los que siempre guardaré el
secreto, hicieron el amor en mi regazo por primera vez. O cuando, sin
comprender aún el porqué, un grupo de hombres del pueblo fusiló a cinco vecinos,
muchachos en la flor de la vida que regaron mis raíces con su sangre. O cuando
Zacarías dejó escapar su último aliento una noche de invierno, una vez que la
helada congeló para siempre su alma herida y atormentada.
Lloré, reí y me estremecí como vosotros, no lo
dudéis, aunque estuviera hecho de tierra, madera y agua. También fui oxígeno y fui
sombra, hojas, frutos y ramas, el hogar de pájaros y otros seres extraños,
alguno quizás proveniente de otro mundo.
Fui refugio.
Pero nada es eterno.
Una noche sin luna comenzó a soplar el viento,
agitando mis ramas con fuerza inusitada. Algunas se partieron y cayeron al
suelo, otras quedaron colgando de un fino filamento de madera. Al poco arreció
la lluvia, furiosa también, la cual tornó pronto en un enloquecido enjambre de
granizo que aguijoneó mis hojas de forma salvaje, sin compasión.
Y al fin pasó lo que tenía que pasar, después
de lustros saliendo indemne de mil batallas contra el temporal, siempre a salvo
de la furia de la madre naturaleza. De repente sentí cómo un latigazo de fuego
partía mi cuerpo en dos, desde lo más alto de mi copa hasta abrasar mis pies
hundidos en la tierra.
Creí morir en ese instante, y en realidad creo
que así fue. Seguramente lo que quedó de mí fue solo el recuerdo, una fantasmagórica
estampa que de vez en cuando vienen a fotografiar turistas despistados, aquellos
que creen guardar el alma de todas las cosas dentro de su cámara de fotos.
Pero ellos marcharán y yo permaneceré aquí,
porque no tengo donde ir. Me quedaré en esta carcasa fría y negruzca mientras pueda,
mientras nadie cercene la madera que me une al suelo, mientras nadie decida
reducir mi cuerpo a cientos de astillas.
Yo os cuidé y protegí. Siempre estuve a vuestro
lado.
Y ahora, si me dejáis, pienso seguir aquí, partido
en dos, quemado, desnudo.
Fui, soy y seré un roble, el
roble de Garciaz, aunque ya no dé sombra ni cobijo, aunque ya nadie venga a
hacer el amor las noches sin luna bajo mi copa, aunque los chiquillos ya no quieran
jugar en mi regazo, aunque los pájaros ya no puedan dormir entre mis ramas…
aunque hasta yo mismo haya olvidado que existí.
Soy el orgullo de una tierra.
Soy el alma de un pueblo.
Fui, soy y seguiré siendo por siempre el roble centenario
de Garciaz.
FIN
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